José Antonio López
Ya sé que no es lo mío, o al menos, mi especialidad, pero no puedo dejar de agradecer lo que me ha vuelto a recordar y apreciar artes que casi tenía olvidadas.
La verdad es que cuando te metes en la vorágine periodística de tu especialidad, te olvidas de muchas cosas y, cuando vuelves, te das cuenta del tiempo que has perdido.
Radio, prensa, televisión… mi obligación, como periodista, es estar al tanto de todo.
Pero, el todo, tiene un tanto.
Uno camina entre restaurantes, bodegas, negocios de alimentación, turismo… vale, que el sector tiene un poder dentro de la economía de un país “especialmente turístico” y que además se mueve alrededor del buen comer y el mejor beber.
Y llevo unos meses en que nadie me habla de lo mío y sí de lo que está pasando en mi España querida que, al parecer, la están dejando más abandonada que a un vino picado.
Todos los días, a todas horas, en cualquier medio, los entendidos hablan de política e intentan buscar soluciones para que dejemos de hacerlo. Cuando un país va bien, cuando tiene un gobierno, ocurre como con las empresas, todos funcionan y van adelante.
Será porque, a lo mejor, en las empresas se busca la optimización y el bien común de la misma y nadie tira para su casa intentando conseguir cosas que no existen porque nadie quiere construirlas.
A primera hora, a segunda a tercera… todo es política que nos resulta un poco pesado para los que, como yo, entendemos poco y por eso creemos que nuestras lógicas conclusiones, no son las adecuadas.
Perdonen. La verdad es que no sé por dónde tirar, pero mientras tanto, todo el mundo habla de política y se vuelve loco con la economía y trabaja más horas que un reloj para no llegar a fin de mes.
No piensen que soy derrotista. Gracias a que la política, la de los partidos, está presente en la vida las veinticuatro horas del día, a un servidor le ha dado por volcarse por la música y disfrutar de ella. Que ya hacía mucho tiempo que la tenía abandonada.
Si les apetece, amigos, busquen un buen restaurante con terraza, por lo del calor, acorde a su economía. Los hay para todo tipo de personas y con una infinita oferta gastronómica. Pídanse un buen vino, que también los hay a buen precio, rodéense de buenos amigos, que también los hay, pídanle al dueño del local que apague el televisor y suba el volumen de la música.
Empiece a gozar y a ser feliz y a ver si mientras, se produce un milagro.
Otras opciones sería seguir la vida de los pseudofamosos, idas y venidas a través de las parejas o seguir escuchando a quienes están empeñados en que seamos el país más feliz del mundo.
Ustedes, eligen.
Yo, me quedo con la música.
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