David Blay Tapia
Hubo un tiempo, cuando mi padre me llevaba por primera vez al fútbol y descubría a Javier Subirats con el 10 a la espalda liderando el ascenso del Valencia de nuevo a la Primera División, donde en el entorno de Mestalla comer era muy básico. Bocadillos, platos combinados, algún buen menú casero y poco más. El reducto de la calidad apenas hacía foco en Aragón 58. Y algo más tarde, en Torrijos y Alejandro del Toro.
Algunos años después, la rotonda previa a la llegada al estadio desde las Grandes Vías quedó dominada por pubs, franquicias y algún concepto novedoso (entonces) como el asiático Yi. Sin más pretensión en una zona noble de la ciudad pero en realidad demasiado cercana a los colectivos universitarios y sus demandas. Sí, allí se ubicaba (y sigue haciéndolo) Askua, pero no era más que un mirlo blanco sin apenas acompañamiento. Si acaso el de Apicius.
Pero de pronto abrió Tonyina. Y le acompañaron La Bodeguita de María, Ostrarium Bar, Gran Azul, Pulpo, La Oveja Negra, Ginebre o conceptos distintos como Dandy Canary o más recientemente Quina. Y posicionaron la confluencias de las calles Chile, Eolo o Antonio Suárez como un rincón gastronómico de alto nivel en la ciudad.
Al tiempo, las teterías con shishas comenzaron a convertirse en lugares ‘mainstream’, superando el pudor social inicial y ubicándolos como lugar de encuentro en territorios donde antes se asentaban pubs míticos como Gas-Oil. Y Chez Bakkali comenzó allí a funcionar, hasta el punto de que abrió rápidamente un segundo local para satisfacer la demanda creciente, impulsado también por el buen hacer previo en la gestión de Cachao y Garamond.
Pero ¿qué lleva a tres jóvenes emprendedores (todos ellos menores de 30 años), triunfadores en el mundo de la noche, a iniciar una aventura culinaria basada en producto de calidad, una sala elegante y un riesgo alto por la concentración a su alrededor de profesionales venidos precisamente de ese mundo?
Curiosamente, Gamboa se ubica en uno de los lugares con menor visibilidad a priori que sus ‘rivales’, pero en apenas seis meses ha generado una clientela asidua. Primero, por un menú que a mediodía ofrece por menos de 20 euros entrantes de calidad y arroz o fideuà de calidad. Y segundo por todo aquello que complementa su carta, con productos como el lomo de vaca vieja madurada o una ventresca de atún que a medida que se acerca el fin de semana sale de la cocina a la brasa en oleadas constantes.
El proceso se inició dos años atrás, cuando la decisión de convertirse en restauradores estaba tomada pero no encontraban un local adecuado. Hasta que el pasado verano el dueño del lugar donde hoy se ubican les ofreció ocupar su espacio. Desde ese momento y hasta su apertura el 9 de noviembre, compaginaron su actividad habitual con una reforma hecha casi íntegramente con sus propias manos. Y en lugar de tener que iniciar de cero el negocio, como les ocurrió a muchos otros antes que a ellos, aprovecharon su clientela habitual para plantearles una opción inexistente en el resto de la ciudad: comenzar las tardes con tranquilidad, conversación, tomando desde zumos a copas e incluso viendo el fútbol en Zazú (otro de sus activos) y pasar a cenar a la puerta de al lado. Para retornar más tarde, si les apetece, al horario nocturno del ocio sin tener que moverse más de 20 metros ni desplazarse en ningún medio de transporte.
A ello se le unió la capacidad de convencimiento hacia perfiles consolidados en la gastronomía valenciana, que algo debieron de ver cuando personal de sala o de cocina dejaron establecimientos emblemáticos como Casa Carmela por el suyo. Suplían así la falta de veteranía en conceptos ‘premium’ gastronómicos demostrando que su trayectoria anterior influía mucho más en la percepción exterior de lo que podían haber previsto.
De hecho, al igual que ocurrió con la primera parte del negocio, aun teniendo únicamente medio año de vida ya se plantean que Gamboa sea el primero de muchos. Con un crecimiento sostenible, pero generando el germen de un grupo que va camino de convertirse en referencial en la ciudad de Valencia.
Y de este modo, de paso, demuestran algo que muchos Millenials y Zetas ya comprenden: que las ideas y la capacitación son muy importantes, pero al final lo que te acaba dando trabajo y aumentando tu valor son los contactos y la confianza que estos tengan en ti. Y ellos, de momento, poseen un crédito muy alto en ambos aspectos.
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