David Blay Tapia
Ha habido dos grandes épocas del fútbol sala en Valencia: la que hizo despuntar un deporte de nueva creación merced a la fuerza de la gran discoteca de aquel momento (Distrito 10) y la que, después de un inmenso trabajo de cantera, acabó por llevar a unos chavales a ganar una Copa y jugar la final de la Liga.
De la primera hablaremos en otra ocasión, porque requiere una investigación muy profunda no sólo de aquellos que la protagonizaron, sino de los lugares gastronómicos que frecuentaban y que casi en su totalidad han desaparecido ya del panorama levantino.
Nos centramos, pues, en aquella generación formada por jugadores en su mayoría nacidos en la Comunidad. Aderezados, eso sí, por algunos extranjeros que pese a ser minoría tuvieron un enorme peso específico en los restaurantes que acabarían protagonizando sus logros.
Podría parecer que uno siempre tira, si es español, por las tapas. Pero el gran clásico de aquellos jóvenes era la feijoada. Un plato brasileño que podría considerarse de todo menos light, habida cuenta de que está compuesto por arroz, alubias, morcilla y panceta.
Era la pizzería carioca La Xingu, del barrio de Benimaclet, la que veía venir a menudo a Josete, Barberá, Nano Serra, Juanjo, Kike, Rafa y, sobre todo, Luiz Claudio. Uno de los pivotes más clásicos que han jugado en el pabellón de la Fuente de San Luis.
No sería lo único sudamericano, por cierto, que catarían. Porque pese a estar afincados casi todos en la capital visitaban a menudo en Torrent el único rodizio que existía entonces por los alrededores, poniéndose finos a carne.
Sería aquella primera etapa el germen que dio lugar a una segunda, justo en la que llegaron al éxito deportivo. Y vino marcada por la presencia andaluza en la plantilla, capitaneada por Fede, Tete, Isco… lo que derivó en un cambio sustancial de costumbres alimenticias.
Fueron numerosísimos los jueves que comenzaron a atiborrarse de chuletones en El Remonte, un asador vasco ubicado en Sedaví que marcó el inicio de las grandes sidrerías cercanas al área metropolitana y que se convertiría en el lugar donde se celebraría la temporada más prolífica de la historia del club. En un año, además, donde todo salió rodado hasta el punto de comprar allí mismo lotería y acabar repartiendo 60.000 euros por barba con toda la plantilla… salvo el doctor Albors y el fisioterapeuta, que en un alarde de personalidad cogieron un número diferente. Con la consiguiente palmatoria y cachondeo generalizado :-).
Tal fue el espíritu de aquel grupo que, cuando la mayoría de ellos fueron traspasados al Playas de Castellón, seguían juntándose por allí para cenar y rememorar unos tiempos que ya no volvieron más a la capital del Turia.
Tanto es así que poco más tarde se acabaría consumando el descenso de categoría. Y, en él, solamente el capitán José Gómez (pese a contar con ofertas de División de Honor) decidió quedarse al frente de un equipo plagado de jóvenes pagados apenas con sueldos básicos. Así que, como mucho, a veces se los llevaba a comer a todos a Burger King. Y ellos tan contentos.
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