David Blay Tapia
No es fácil encontrar un sitio céntrico, bien decorado (y redecorado), con un menú a un precio razonable y con la variedad suficiente para decidir si comes de tapas, de cuchara, con platos innovadores o combinas las tres cosas.
Alguien puede pensar que Doña Petrona es la antesala de Fierro. Y quizá este segundo, por aspiracional, nos lleve a probar el primero para ver si seríamos capaces de invertir 80 euros en una experiencia gastronómica de tamaño calibre. Pero, en realidad, es mucho más que un hermano pequeño. Porque hay ideas que solo pueden plasmarse en su mesa. Y porque tengas la amplitud de bolsillo que tengas siempre va a haber una opción válida para ti.
Hay muchas posibilidades para visitar por primera vez el local. Pero, al contrario que en otros lugares, hay muchas más para volver. Porque hay apuestas donde lo bueno o es escaso o es caro. Y la repetición, en una ciudad cada vez más variada, no entra en los planes de los adictos a probar nuevos formatos cada vez con mayor asiduidad.
La fase 1 podría componerse de un aperitivo. En una mañana soleada, a partir de su apertura de cocina a las 13 horas, unas bravas y unas (best in town) empanadas mendocinas abren el apetito a cualquiera. Como spoiler, diremos que el plato argentino repite desde la primera temporada en su hermano mayor gastronómico. Y, pese a la evolución de la cocina de Germán Carrizo y Carito Lourenço, es uno de sus platos estrella.
La fase 2 la compondría un menú de mediodía. Con tres entrantes y principal por 15 euros. Aquí los visitantes dispondrán de una oportunidad que no aparece en la carta, pero que cada vez merece más la pena: probar los arroces. Obviamente, ni el lugar lo pretende ni lo publicita, pero un sitio no regentado por valencianos que se atreve a servir ‘arròs en fesols i naps’ merece respeto.
La tercera fase, como los encuentros de la película (comentario no apto para millenials 🙂 nos remite a un menú de tapas, con cinco platos para compartir por 19 euros. Un precio más que razonable con una calidad como mínimo superior a la media. Y donde se puede ir rotando aquello que quiera probarse.
Y la cuarta sería la de, siendo consciente de que puede incrementarse el precio hasta más allá que un restaurante especializado en comida de picoteo (de alta calidad, eso sí), decidir ir a la carta. Donde, curiosamente, lo ‘de acá’ y lo ‘de allá’ está muy bueno. Pero con la sorpresa de que es aquello calificado como ‘ni de acá ni de allá’ lo que constituye un descubrimiento mayúsculo. Para bien.
Para los amantes del ramen, la sopa de miso japonesa con langostino y huevo tiene un sabor en absoluto envidiable a los platos originales de esta receta. Y el hummus de garbanzos o la coca vegetal con berenjena, tofu y wasabi son opciones enormemente dignas para los no consumidores de carne.
De los clásicos, además de los ya mencionados huelga decir que las milanesas, los gnocchi o la calabaza asada con queso de cabra y rúcula ganan adeptos cada día. Y que los postres, viniendo de quien vienen, no atienden al estándar de los (pocos) sitios que existen con una oferta similar.
Ahora que por fin han encontrado a su equipo, posiblemente algo más complicado que poner en marcha una propuesta culinaria, el salto de Doña Petrona está cerca. Casi todo está bueno. El sitio invita a ir. La terraza es enorme. Y la cocina, al fin y al cabo, la han creado dos personas que en su día ganaron una Estrella Michelin. Por eso siguen creciendo.
ME ENCANTÓ El all i pebre de mejillones
A PEDIR SIEMPRE. Las bravas. Para mí, de las cinco mejores de la ciudad
PUEDE GANAR PESO Los canelones de espinacas, pollo y ricotta. Si no te advierten que llenan y los pides al final de menú de tapas, acabártelos se hace cuesta arriba
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