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De la moto a los callos: el amor según Sergio Gadea

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David Blay

Cuando uno es deportista de élite, vive solo desde los 18 años, gana lo suficiente para darse caprichos y pasa fuera de casa 150 días al año, tiene dos opciones: aprender a cocinar o alimentarse peor y más caro saliendo a comer a diario.

Es muy común encontrar vacías las neveras de (por poner un ejemplo) algunos futbolistas, aunque estos pueden paliar su falta de forma marcando goles o dando un pase magistral. Pero cuando vas encima de una moto, cualquier gramo de más te penaliza. Y puede suponer la diferencia entre ganar o perder una carrera del Mundial de Motociclismo.

Sergio Gadea ganó varias de ellas, incluyendo una nocturna en Qatar en la que tres días antes se había roto la clavícula. Y se preparaba habitualmente sus propios platos en su casa o en el motorhome, al contrario que la mayoría de sus compañeros de categoría.

Como a muchas personas, la crisis también le afectó. Y en pocos años pasó de pelear por títulos a no disponer de la financiación suficiente para subirse a una moto. Y, en consecuencia, tampoco para poner en marcha con garantías el equipo del Campeonato de España de Velocidad con el que soñaba. Así que dejó las dos ruedas y se encaminó a su segunda gran pasión: el paracaidismo.

Su primo le había metido ya el gusanillo en el cuerpo. Y él mismo, fuera de temporada, se había iniciado por su cuenta. Así que se formó (algo que es fundamental hoy día en cualquier profesión), obteniendo las titulaciones para saltar en tándem, para ser instructor y para realizar grabaciones en el aire. Y a día de hoy lleva ya a sus espaldas 2.200 saltos.

Fue ahí donde se le cruzó la cocina, aunque ni vino directamente ni ocurrió por primera vez. Su debut fue de la mano de su padre, que abrió en Valencia ‘La mala vida’ y dio (muy bien) de comer a mucha gente hasta su traspaso cuatro años después. Pero la unión de dos de sus cuatro pasiones (dejando de lado a su hijo y las motos) le llegó al conocer a Darío Barrio.

Sergio es fan del salto base, el deporte más peligroso del mundo. Y debutó de la mano del fallecido chef y de Armando Rey. También su suegro murió en estas circunstancias. Y hoy, junto a su mujer, sigue practicándolo una vez al año. Solo una vez.

Su niño, de un año de edad, se llama Darío en homenaje a su amigo. Su esposa, la vertebradora de esta historia, recibió el encargo de levantar un restaurante familiar en Madrid. Y desde enero de 2016 se marcharon los tres a vivir y trabajar en El Rincón de Chana en pleno barrio de Las Rosas.

Quien vaya encontrará tres cosas: un expiloto en cocina con su mujer en la sala y su hijo conviviendo con ellos en jornadas de trabajo de 14 horas. Una carta de comida típica madrileña con los caracoles como plato estrella. Y unos ingredientes comprados en Merca Madrid para apostar por lo natural y cercano.

Y ahí es feliz Sergio. Dando gas, aunque sea a los fogones. Y haciendo disfrutar de nuevo a los demás, como cuando peleaba por ser campeón del Mundo sobre una moto de carreras.

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