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Cuentos navideños 3: la cesta de Navidad

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José Antonio López
“Pues saca la del año pasado y la ponemos junto al contenedor de basura y cuando no se den cuenta la recogemos. Como siempre, que pareces tonto. Faltaría más que los demás tengan cesta y nosotros no. Que la saques. La cesta, claro”.

Ya no hay tradición ni dinero para las cestas. Antes, se llevaban por la calle unos artilugios de mimbre que llamaban la atención al más pintado y sacaban un ojo al más despistado.

Poco a poco, las cestas encogieron y se transformaron en cestitas que quedan puestas en los bares junto a unas cuadrículas rarísimas a través de las cuales, y por un eurito, se puede llegar a conseguir tan portentoso regalo.

Cuidado, que son muy dignas. Jamón del bueno y todo tipo de botellas que hacen que, el ganador, llegue a su casa con tamaño triunfo, que hasta se le perdone el medio “tablón” ganado a pulso y que ha compartido con los amigos por haber ganado el premio.

Ya son menos los que este año tendrán caja de Navidad. ¿Cesta? Usted hablaba de cesta. Vale. Ya no hay cesta, ni cestitas. Hay cajas. Cállese que tengo que seguir.

Ya empiezan a verse paisanos con una caja, más o menos grande, con o sin forma de jamón con o sin… nada de nada. Es una alegría. Subes al bus y te dicen «por favor que voy a poner la caja de Navidad”. Y uno sonríe porque la Navidad no cabe en esa caja de zapatos… «Usted es un borde porque no tiene ni caja de zapatos ni na de na”. Y es que no todas las empresas suelen agradecer a sus empleados la labor realizada. Algunas dan almanaques. Otras un abrazo.

Y le dejas hueco en el bus y parece que el parroquiano carga con el pesado bulto que contiene mil y una ilusión y dos mil y una esperanza para pasar, como se pueda, la Navidad.

“María, que ya man dao la caja y voy pallá”. Con alegría, como debe ser. Que es una vez al año.

En el camino te encuentras con otras cajas que, inevitablemente, dibujan su forma de jamón. “Sí , sí, dice el de la caja anodina. Jamón de ese de tres duros la pieza. O paletilla. La mía, caja cuadrada”.

El del jamón “Caja cuadrada, pringao. Por lo menos llevo un jamón y lo tuyo es una sorpresa”.

Pues no. Me niego a tan tremendo insulto. Tan buenas son unas cajas como las otras. Unas con jamón o paletilla. Otras con el surtido de salchichón, chorizo, queso y fiambres ibéricos (de la península ibérica) en el tamaño más mini que uno se pueda imaginar. Eso sí, la caja, despampanante. No se me vayan que tengo más. La lata de aceitunas rellenas, la de piña a rodajas, la de melocotón en almíbar, la de foie gras (ahora se llama paté o foie, dale con la modernidad), los dátiles de Elche, las pasas… las dos botellas de vino, la de brandy, la de cava y una de un licor todavía no identificado. Una pastilla de turrón duro (perdón por llamar pastilla a la ficha de dominó encerrada en una gran caja) otra ficha, perdón otra vez, pastilla, de turrón blando y una de coco o multitutifruti que está de moda o es un experimento para el próximo año.

Dos bombones, una caja de barquillos y tres cerditos de mazapán que claman al cielo, culminan tan espléndido regalo.

Y qué. Envidioso. Usted no tiene nada. Yo, al menos, tengo todo esto y lleno mi cocina de esas virutitas que sacan de quicio a mi señora, que lo es.

Estamos en Navidad ¿no?

Pues si usted no tiene caja, cesta, jamón o pandereta, se la compra que están muy bien de precio.

Eso sí, cuidado con los vinos , los cavas y los licores nuevos de los cuales no nos hacemos responsables.

Sean felices.

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