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Cazacanapiés

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José Antonio López

Cada vez quedan menos pero, los que quedan, acechan.

Hace unos días estuve en la inauguración de un local comercial en Valencia. Esto no es nuevo y ojalá haya un acto de estos cada minuto. Supondría lógicamente, que nuestra economía está mejorando de verdad.

El “protocolo” como dicen los modernos, es el mismo. Nuevo local, invitación a la prensa especializada y cómo no, los posibles clientes y amigos que, teóricamente, van a hacer que el negocio funcione.

En estos casos, lo normal es que se prepare un refrigerio que, en cantidad y calidad, es la tarjeta de visita del nuevo establecimiento.

Los hay que tienen al cortador de jamón. O un coctelero superespecializado. O la empresa de catering que prepara unos bocaditos como nadie… en fin, que como toda celebración en España, todo va alrededor de la comida y la bebida. Eso nos diferencia y nos hace grandes. Si el anfitrión no es novato, sabrá que, a la relación de invitados que haya seleccionado, se le van a añadir una porción de personas, no invitadas, pero dispuestas a almorzar, comer o cenar depende de la hora en que se realice el acto.

Son los CAZACANAPIÉS. Y es obligado manifestar que esta definición me la regaló mi amigo Carlos, conserje de mi finca, que me preguntó cómo había ido el acto de inauguración y tuvo un traspiés en la última sílaba transformando “pe” en “pie”. Las mentes preclaras marcan la diferencia.

Los reconocerán rápidamente. Normalmente, casi todos los invitados nos conocemos de otros eventos. Lógicamente los invitados especiales son conocidos por el anfitrión. Los cazacanapiés no son conocidos de nadie, pero ninguno les pregunta por qué están ahí. Saben cuándo y cómo se va a celebrar un acto especial. Si me apuran, conocen hasta el menú simplemente por el estudio ancestral que tienen de la empresa de catering que va a estar en el acontecimiento. Les fastidia cuando el servicio lo proporciona un restaurante o bar de la zona y eso les desmarca un tanto.

No les amilana. Media hora antes del acto, pululan por los alrededores. Visten de forma informal, pero no desentonan. Vuelta, mirada. Otra vuelta, otra mirada. Hay, incluso, quien pregunta, como el que oye llover, «qué es lo que se está montando aquí”. “Tiene buena pinta” añaden y con ello el deseo de buena suerte. Aquí comienza su trabajo. Mientras el anfitrión cree que es un posible cliente, el cazacanapiés, ha tenido tiempo de ver la disposición de las mesas, de la barra de servicio e incluso de la salida de los camareros a la sala. Estás perdido.

Comienza el acto y, minutos más tarde, entra alguna persona, con cara de despistado. Debido a su aspecto, es muy difícil que alguien le pida la invitación. Si así fuera, está la técnica de decir que la has dejado en casa o que te ha invitado un amigo y quieres comprobar si está dentro porque, “desgraciadamente, he llegado tarde». Caza copas del camarero que está pasando las bebidas y que no se asombra de que haya aparecido una mano de la nada y le haya birlado dos cervezas… «es para mi compañero». Inmediatamente se deja una de ellas en una mesa de servicio. Mirada por aquí, sonrisa por allá hasta detectar que mucha gente saluda a la misma persona. Acercamiento sigiloso y cuando más gente rodea al anfitrión, golpecito en el brazo y balbuceando “…norabuena”.

Golpe de jamón, trozo de queso y planteamiento estratégico de la salida de los fritos y otras delicias. De pasada, al camarero “este jamón está de muerte, cómo se nota el nivel. Será difícil superarlo con otras tapas” a lo que el camarero, solícito, le responde con un adelanto de lo que viene a continuación. A la tercera cerveza, cambia a vino. Ya tiene jamón en una mano, queso en la otra, milagrosamente mantiene la copa de vino entre los dedos, en la mesa cercana ha dejado un sandwich de salmón y un bocadito de morcilla. Todo controlado. Tres vinos más tarde se siente mal por haberle pedido al camarero que le traiga “uno de esos palitos que han sacado y que no le han llegado a él ni a su grupo”. El camarero le informó que “esos palitos” son las rosas con las que el anfitrión obsequia a sus amigas.

Se ha situado, junto con otros “profesionales casualmente encontrados en el acto” en la mesa más próxima a la salida de las viandas. Después de traspasar tan tupida barrera los camareros han mandado un curriculum al Cirque du Soleil. Ni ellos son capaces de hacer mejores acrobacias.

Más canapés, saquitos de verduras, más jamón, más vino… y la espantà que ya queda poco para acabar y no es cuestión de que noten tu presencia.

“Amunt Valencia”, se despide ‘el nota’ arrepintiéndose, al momento, de haber confiado en el colega que le sugirió que lo dijera a voz en grito.

No sabía que el dueño era del Levante. Toma el aire en la puerta y consigue un cigarrillo de un vecino que estaba ahí. De reojo, la salida de los bombones y el reparto del posible regalo. Hay bombones, no regalo. Última incursión y, en un afán por ayudar al camarero (que ha decidido dejar el Cirque du Soleil y meterse monje de clausura) le coge la bandeja de los bombones con el propósito de ponerlo en la mesa al tiempo que llena sus bolsillos. Esto es magia. Hacer desaparecer lo que –todavía– no ha aparecido.

Se ha marchado. Nadie sabe cuándo ha sido. Se notan una o dos o tres ausencias.
Tampoco saben de quién. El anfitrión está contento y seguro se pensará dos veces el hacer un acto en el que no estén “Los Trescientos” en la puerta.

Ha pasado un Ángel.
Están planeando la próxima.

2 comentarios en Cazacanapiés

bombonparati el 17 abril, 2015 a las 9:15 pm:

Muy buenos los relatos costumbristas de Jose,siempre reales como la vida misma. describiendo la condición humana. De la observación nace la narración y ahí queda para el buen entendedor.
Echo de menos tu foto en la página de inicio

Loslectores el 18 abril, 2015 a las 3:05 pm:

Esta muy bien descrito, pero ¿todavía existe esta «especie».?
Habrá que llevar cuidado con los cazacanapies y cortarles la retirada, antes de que se vayan por pies, con los canapés/pies.

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