José Antonio López
En uno de mis anteriores artículos hablaba de la falta de respeto y educación, aparte del descalabro económico, que supone el que se hagan reservas en restaurantes y luego no se cumpla con lo pactado. Sigo pensando que habría que dar una señal a la hora de reservar y, sobre todo, ser señores.
Si piensan que está todo inventado, están tan equivocados como lo estaba yo. Cada día hay más golfos (y no se ofenderá quien no lo sea) que se inventan nuevas formas de fastidiar a los restaurantes.
La última viene dada por personas que reservan mesa e incluso menú cerrado para una fecha determinada. Hasta aquí todo correcto. Lo malo es que la reserva es para diez personas y la comanda igual. A la hora de la verdad se presentan solamente la mitad o una cuarta parte de lo pactado.
He comprobado que estas reservas se hacen para que les pongan en una mesa mayor y así estar más anchos. Entiendo que, con tanto artilugio electrónico que nos acompaña, necesitemos más espacio a la hora de comer ya que, el cincuenta por ciento de la mesa se llena de teléfonos, tablets y otros dispositivos pero de ahí a ocasionar un problema al dueño del local… va un trecho.
Mi opinión es que, si alguien pide una mesa para diez y se presentan seis, se les cobre los diez cubiertos. Sí, ya sé que puede fallar alguien a última hora, pero no en tan gran porcentaje.
Cobrar por lo pactado. En muchas ocasiones se podrán eliminar algunas de las tapas solicitadas, pero, si usted pidió paella para diez y se presentan seis, las otras raciones se las lleva en una bolsita y las paga.
Ya está bien de aguantar a golfos que se las inventan para fastidiar a las personas que trabajan para hacerles un poco más felices en sus restaurantes y que, al final de la corrida, entre unos y otros lo único que consiguen es ponerse de los nervios y perder dinero.
Por favor, no hagan a los demás lo que no les gusta que les hagan a ustedes.
Es simplemente cuestión de respeto y educación y, si la artillería electrónica que le acompaña es cuantiosa, hable con el dueño del restaurante que no tendrá problema en ponerle una mesa supletoria para depositar «los objetos imprescindibles que anulan la conversación y distraen del placer de degustar una buena comida en la mejor compañía».
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