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Brunch solo se escribe con ‘B’ de Valencia

David Blay Tapia
Somos la ciudad del esmorzaret y eso nunca va a cambiar. De lunes a viernes, y algunos fines de semana, hay bares cuya mayoría de ingresos provienen de esta maravillosa práctica. Y otros que, sin tenerlo en la mente, han visto que su público les demandaba abrir por las mañanas y no han tenido más remedio que ceder a la presión popular.

Sin embargo, el nivel gastronómico de Valencia ha ido subiendo, al tiempo que la cultura culinaria se iba instalando en la sociedad. Y si bien antes tomar un brunch se consideraba algo exclusivo o directamente pijo, hoy son muchas las personas que investigan y se postulan los sábados y los domingos para buscar ese híbrido de aperitivo que muchas veces acaba convirtiéndose en comida.

Muchos hoteles han alargado el desayuno para dar cabida a esta práctica, aunque sin darse cuenta de que sus precios se alejan con mucho de los que se marcan los nuevos locales. Y el hecho de que sean poco innovadores en la cocina les penaliza igualmente a la hora de generar clientela recurrente.

Es por ello que lo que se suele buscar son locales urbanos. A ser posible, con terrazas (interiores o exteriores). Decorados de manera ecléctica. Y con un servicio joven y amable que esté alejado de formalismos pero sea profesional.

Hay listas para todos los gustos, pero tres sitios concretos concitan no solo las mejores críticas sino un tránsito continuo, cada uno con una filosofía diferente pero adaptada a los diferentes tipos de gustos que hoy imperan en la capital.

De hecho, tras el boom de Dulce de Leche, La Más Bonita o el antiguo Guayoyo hoy son, casi sin discusión, los referentes para una inmensa mayoría. Y algunos de ellos, incluso, acaban de ampliar su oferta con una segunda apertura a tenor del éxito de la primera propuesta.

El más longevo y distinto es Bluebell Café, en la calle Buenos Aires de Ruzafa. Conocido por sus cafés especiales, su cocina innovadora y sobre todo su enorme afluencia foránea. Las redes sociales y el boca a boca les han convertido en punto de referencia y, en ocasiones, es difícil oír hablar español en sus mesas.

Los zumos naturales, las limonadas o hasta las mimosas de champagne para los más atrevidos componen junto al café una proposición siempre acompañada de tostas, así como de creaciones que no suelen aparecer en su original carta.

También en el mismo barrio el más reciente es Blackbird, que va ganando muchos enteros a pasos rápidos entre los visitantes y los ocupantes habituales de la zona. Su cocina vegana, apoyada en pastelería con un toque saludable y en unos licuados o chai latte muy demandados le están procurando un tránsito de gente cada vez mayor.

Pero si alguien está consiguiendo crecer tras desligarse de su marca madre es Bastard. Quizá no todos sepan que detrás está Fran Baena, el creador de la cada vez más extensa franquicia Black Turtle. Y posiblemente muchos todavía no se hayan dado cuenta de que ya no solo se ubica en la zona universitaria de Blasco Ibáñez, sino que desde el 4 de septiembre se ha duplicado en la calle Marqués de Sotelo.

La obsesión de Fran, que vivió en Estados Unidos, es ofrecer unos buenos Huevos Benedict y es sin duda el plato estrella que demandan sus clientes. Pero los pancakes caseros o el menú londinense con salchichas y bacon te trasladan completamente al origen del brunch. Ese mundo anglosajón que desconoce que debería tomarse un bocadillo con un cremaet a las 10 de la mañana, pero que poco a poco está invadiendo las preferencias de los aficionados a que los fines de semana gastronómicos comiencen más pronto de lo habitual.