6 mayo, 2021
Pedro Gª Mocholí
Por fortuna, en nuestra Comunitat son muchos los establecimientos que nos permiten esta satisfacción. Soqueta (Oliva), Casa Manolo (Daimuz), La Perla de Jávea (Jávea) o Casa Jaime (Peñíscola) son claros ejemplos del deleite y de las posibilidades que encontramos mirando al mar.
Estoy seguro de que muchos de los restaurantes en los que hoy en día el agua casi llega a las puertas de su casa, antiguamente eran “merenderos”, establecimientos precarios que poblaron las costas españolas en las décadas de los años 40, 50, 60 y buena parte de los 70, hasta que fueron creados los llamados paseos marítimos, y tuvieron cabida todos ellos, mejorando las condiciones y aunando las comodidades.
Mirar al mar, disfrutar de su luz, de su brillo y, por supuesto, de la brisa que el mismo genera, es un ingrediente más a valorar a la hora de elegir un restaurante.
La costa que baña nuestro Mare Nostrum a la altura de Altea posee un gran valor geográfico, y a él hay que agregar el gastronómico, pues esta localidad alicantina ofrece una variada oferta gastronómica.
Uno de los primeros locales que comenzaron a dar prestigio a su gastronomía fue El Cranc, un local que nace en la orilla del mar y que fue creado por Pepe Navarro “Barranquí” y su mujer Pepa Bañuls en el verano de 1982.
El nombre que le dieron venía relacionado con un hecho insólito, pues durante la creación del espacio, una vez llegaba la noche, los cangrejos cruzaban la terraza. Esta situación, animó a llamar al restaurante El Cranc, en un claro homenaje y recuerdo a los visitantes nocturnos.
La oferta desde el primer momento fue muy sencilla y natural; se basaba en unas especialidades muy propias de la costa, platos y elaboraciones a la plancha, frituras y, por supuesto, una buena variedad de arroces. No faltaban los típicos salazones alicantinos y las ensaladas ricas en tomates propios y cultivados en las huertas de Altea.
Por supuesto los arroces eran otro de los puntales, y para terminar, los pescados salvajes recién llegados del puerto de Altea configuraban la oferta de inicio del prometedor El Cranc.
El paso del tiempo no solo consolidó esta oferta, sino que amplió el futuro hostelero de la familia Navarro-Bañuls, pues en los bajos del hotel Villa Gadea iba a nacer un magnífico restaurante al que se iba a conocer como L’Olleta Chiringuito.
En efecto, en el año 2006 este restaurante comenzaba a caminar, ofreciendo una de las mejores vistas del Mediterráneo desde su terraza, pues desde ella pueden disfrutar de los parajes de la sierra del Albir por el sur, el Morro de Toix y el Peñón de Ifach por el este, Aitana y Bernia por el norte, y de frente la llamada Illeta. La cocina de L’Olleta pasa por la sabiduría de Nazario Llinares, que nos ofrece una cocina de estigma mediterráneo.
En la terraza comenzamos con los aperitivos, y estos vienen en forma de almendras fritas, y sigo reconociendo que en Alicante es donde mejor las fríen.
Tampoco perdono los salazones; bonito seco, hueva y mojama de atún acompañados de unas rodajas de tomate, aderezados con un ligero hilo de aceite.
La carta de vinos es amplia, y en los vinos de las Rías Baixas encontramos dos referencias, Terras Gauda 2020 y La Mar 2018. Ambos vinos los conozco de mis múltiples viajes a Galicia, en concreto a la subzona del Rosal, las tierras en las que se elaboran estos vinos.
Las primeras copas de Terras Gauda acompañan a unas almejas de Carril que rezuman frescor y marinería, toques yodados que destacan el frescor de los bivalvos, que horas antes están en las aguas gallegas de la ría de Arousa. A continuación, unas vieiras a la plancha, acompañadas con unas verduras, toques herbáceos para un producto tan delicado como este, que acepta cualquier sabor que le acompañe.
El Terras Gauda destaca por cierta complejidad que encontramos en nariz; hierbas aromáticas y notas cítricas (flor de azahar, mandarina o piel de naranja), así como también notas minerales.
En boca, sigue destacando por el gran carácter y estructura que posee, una constante en los vinos de esta bodega. También encontramos la mineralidad y. por supuesto. un atrayente frescor que nos hace disfrutar de un vino con un final gustoso y largo.
Para finalizar repito un plato que ya he probado en alguna ocasión, y que recuerda a los veranos en Ibiza o Formentera: langosta con huevos fritos y patatas.
La langosta lleva una gran complejidad en su elaboración, pues si te pasas en ella, las carnes pierden buena parte de su sabor y su textura queda como gomosa y apenas se aprecia.
Nazario le da un toque perfecto, redondo, encontrando unas carnes jugosas cuyo sabor se intensifica con el toque del huevo frito y el de las patatas fritas que consiguen un apetecible toque crujiente.
De La Mar 2018 destaca el singular coupage que lleva, pues la mayoría de sus uvas son de la variedad Caíño Blanco, acompañado de Albariño y Loureiro.
En nariz destaca por su gran aroma a toques tropicales, toques terrosos y mineralidad. En boca tiene una excelente estructura, que se mantiene en todo momento, al igual que la acidez, encontrando un final muy apetecible, goloso en el que destaca la viveza de la fruta.
L’Olleta Chiringuito, Urba Villa Gadea. Partida de L’Olla. Telf. 966 880 544. Altea. (Alicante)
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Un comentario en
blasillo el 7 mayo, 2021 a las 12:13 pm:
muy logrado. magnifico análisis y mejor información