En la vida, lo que nos hace seguir adelante es el miedo y la esperanza. He leído muchos artículos en los que se dice que cuando todo pase, nada será igual. La prensa y la televisión quieren drama y especulación, no normalidad, hacen negocio creando incertidumbre y miedo. Pero somos animales de costumbres, así que, cuando todo pase, volveremos a hacer lo que hacíamos antes.

Manos agrietadas. La tez oscurecida por el sol. Piel dura. Carácter inmortal. En su casa amanece mucho más temprano. El campo espera fiel a la cita diaria al salir el sol. Así es el despertar en millones de hogares españoles. Esos en los que vive un amigo agricultor. Una palabra que debíamos enmarcar y, cuando pase todo esto, jamás nos olvidemos de ellos.

Muchas veces acusan a nuestra generación (y nosotros a las que vienen por detrás) de no haber tenido problemas reales. Como si fuera requisito indispensable haber vivido una guerra, una catástrofe natural o una desgracia cercana para ser capaces de disfrutar de la vida.

Como parte de mi rutina diaria durante el confinamiento, he estado leyendo mis viejos libros sobre vino, muchos de los cuales no había vuelto a mirar desde la época en que preparaba mis exámenes relacionados con el vino.

Hasta hace tres semanas, todos éramos conscientes de que utilizábamos las pantallas más tiempo del necesario. Grabábamos un concierto en lugar de disfrutarlo, fotografiábamos a nuestros hijos en lugar de observarlos o veíamos documentales de viajes en lugar de visitar esas ciudades.