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Quiero una experiencia turística que nunca olvide… Ponle vino

Jaime Nicolau

Estarán harto de oírlo pero es la gran verdad del turismo del vino (enoturismo) y gastronómico. Se lleva el turismo de experiencias. El turista de mayor poder adquisitivo busca algo tan diferente que persista para siempre en su memoria.

El reto parece duro, pero créanme que el vino y la gastronomía son dos de los sectores que mejor condensan todos estos detalles. Porque la experiencia de visitar una bodega (si el que te ofrece la visita es el bodeguero todavía gana más puntos), empaparse del proyecto, palpar la pasión, tocar el viñedo, catar las barricas, impregnarse de los aromas, es algo único y que engancha. Pero si a esto unimos una buena gastronomía no tengan dudas de que la combinación resultará inolvidable.

Y no hace falta que lo digamos nosotros, que también. Lo dice la excelente acogida que este tipo de eventos turísticos o como quieran que les llamemos tiene entre el público. Esta semana, por ejemplo, nos pasaban las cifras con los que se han cerrado dos eventos en el levante español. Por un lado la Torres Experience en Altea, que ha reunido a cerca de 5000 visitantes. Por otro, el Sherry Festival en Valencia, que también causó furor.

Son únicamente ejemplos traídos porque han tenido lugar esta misma semana. Pero no se queden con la forma sino con el fondo. Este tipo de turismo es uno de los que más se lleva, a la par que de los que más dinero deja, pues como bien señala un estudio de Acevin (Asociación de Rutas del Vino), el enoturista gasta de media cuatro veces más que el turista convencional. Está claro que este es un camino a explotar por todas las zonas productoras de España.

Al final el camino es fácil si se escucha a los profesionales y se les da voz. El día que eso ocurra este país irá viento en popa. Lumbreras hay en todos los sitios pero casi todo está inventado. Historias como peatonalizar zonas de compra impidiendo al que llenaba el maletero ir en coche, por ejemplo, hacen todo lo contrario. Pero de inventores y malos gestores públicos somos los Number One. Y así nos luce el pelo.