Oficios que nunca se deben de perder: Mila Crespo y sus buñuelos

Los buñuelos de Mila.

Pedro G. Mocholí

Está claro que el mundo fallero está rodeado de una serie de vínculos que se suelen dar sobre todo aquello que rodea a estas fiestas.

Sin lugar a duda, los monumentos son lo más importante, pero en torno a ellos se mueve una importante industria y una actividad comercial que comprende entre los primeros días de marzo y que finalizan después de la Nit del Foc.

Las flores y los fuegos artificiales son partes esenciales de las mismas, pero también lo son las innumerables mujeres que todos los días, con sus inmaculados delantales, nos animan el desayuno y la merienda con los expresivos buñuelos de viento, que suelen llegar acompañados del sabroso chocolate caliente. Sin lugar a duda son la esencia gastronómica de las fiestas vicentinas, y sin esta armonía tan nuestra, algo faltaría en ellas.

Las buñueleras son parte imprescindible, y aunque desde los primeros días de marzo innumerables paradas anuncian buñuelos y chocolate, en muy pocas se puede disfrutar de un auténtico y cuidado buñuelo de viento.

Mila Crespo es una buñolera que lleva más de 60 años al frente de su puesto de buñuelos, un oficio que aprendió siendo una niña y que hoy en día aún mantiene.

Mila y sus hijos: Rafa y Arturo.

Aunque su familia proviene de Turís, se mudaron al Cabañal en la década de los 50, allí sus padres primero abrieron Els Tarongers, que con posterioridad pasó a llamarse Bar Crespo, en una de las calles más populares del barrio, la calle Escalante.

Lleva toda una vida enfundándose ese pulcro y virginal delantal para iniciar la jornada, y como ya he comentado, el periodo más intenso abarca esas casi tres semanas de marzo, donde el apogeo de las fallas reclama tan magnífico avío que se consume a lo largo del día, incluso, hasta bien entrada la noche.

Durante toda su vida ha tenido su caseta en el Cabañal, pero este año se han mudado a Paiporta (Plaza Major), no le ha importado, pues por encima de todo ama con pasión ese oficio que aprendió siendo una niña y que ha mantenido a lo largo de toda su vida.

Hay que reconocer que la simpleza del “buñol” es clara: harina de fuerza, levadura, agua y sal. Una vez se consigue una masa consistente hay que dejarla unos minutos en reposo para que se atempere, y pasado ese tiempo, a la caldera de aceite para que allí se frían y se puedan tomar.

Hay que reconocer la inestimable destreza, la de coger esa masa y con estudiado movimiento de manos y dedos el buñuelo se sumerja en el aceite, para que segundos después salga a la superficie y se comience a dorar, primero por una parte, y segundos después por la contraria. Una vez finalizada la acción se depositan en una fuente a la espera del cliente y el pedido, añadiendo el consabido y ligero golpe de azúcar.

Arturo preparando buñuelos.

El pasado domingo me acerqué a Paiporta a probarlos in situ, gracias a su sobrino Iván que me llevó, y tengo que reconocer que me sorprendió el toque crujiente que le da, un detalle que los hace adictivos, una sensación que consigue gracias al punto de temperatura y a la calidad del aceite que utiliza.

Otra sensación que me impresionó es que apenas encontré un ápice de aceite entre las yemas de mis dedos, porque si hay otra cuestión ineludible, es que los buñuelos se deben coger con los dedos y mojarlos en el chocolate. Por cierto, el chocolate que ofrecen y que preparan en la propia parada es insuperable. Es imposible no repetir, tanto de buñuelos como de chocolate.

Junto a los buñuelos también ofrecen unos magníficos churros. Aunque su masa es distinta, aunque la elaboración artesanal prevalece en todos los productos que a diario ofrece Mila.

Otra de las sorpresas que me han atrapado, y que ya me comentó la propia Mila, es que los buñuelos que ella hace, los puedes comer el día siguiente, encontrando aún ese toque crujiente que encuentras cuando están recién hechos, una característica que no se repite en los de calabaza, los cuales se desinflan a los pocos minutos de haber salido del fuego.

Rafa preparando la masa.

Junto a Mila encontramos a sus hijos Rafa y Arturo, que cogen vacaciones las semanas falleras para ayudar a su madre en esta tarea tan artesanal y de la que es una verdadera maestra.

Es una lástima que a diferencia del churro que se mantiene a lo largo del año, el buñuelo desaparece, y solo se suele encontrar de fallas en fallas, una sinergia que debería de cambiar, sobre todo, porque el buñuelo es 100% valenciano.

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